Autor: Eugenio A. Rodríguez Martín, 06/09/2016. Solidaridad.net
Por ser el último ¡y sólo por eso! Marcelino Legido puede que sea el sacerdote que más nos ha influido a los curas españoles del último cuarto del siglo XX
Si hubiera querido influir habría pasado sin pena ni gloria. Como fue el último es quién es para nosotros. Marcelino no ha influido solo en sus “forofos”… nos ha influido a todos. Ha sido un gran impulsor de la espiritualidad de encarnación y ha influido en sacerdotes de una experiencia pastoral muy diferente a la suya. No tema exagerar si le sitúo en la senda del cura de Ars, Chevrier o su querido Baldomero Jiménez Duque.
Cuentan sus amigos laicos de las pequeñas comunidades cristianas en que se entregó a fondo perdido que su deseo esencial era “seguir a Jesús en sus mismas huellas”. Recuerdan con cariño que llegó al pueblo en autobús desde la más bella sencillez: “Nos pareció un tonto y resultó ser una eminencia”. Legido había sido brillante profesor de filosofía en la Universidad civil de Salamanca y tenía tres doctorados.
Pero prefirió “doctorarse” en el Señor, la Iglesia y los Pobres. Su profundidad filosófica y teológica eran portentosas pero fue más portentoso como creyente. Pasó tantas horas en el lugar donde rezaba en la Iglesia que dejó marcas en el suelo. Tenía la libertad del que de verdad sabe y vive el Bautismo y se atrevía a pequeños cambios en la liturgia como encender todo el año el cirio pascual “porque este pueblo tan aplastado necesita la luz del Resucitado”. A mi juicio -sin embargo- su nota más eminente era su eclesialidad: “No cambies así la liturgia, no es tuya, es de la Iglesia”.
Marcelino merece libros, memoriales y lo que sea porque ha sido un gigante porque quiso ser pequeño. Y por ello es un aliciente. Caminó las sendas del papa Francisco desde hace casi cincuenta años. Por poner algún ejemplo, recordar que el primer capítulo de su “Evangelio a los pobres” se titula “Alegría”, y su obra teológica central “Misericordia entrañable”. Pero era del estilo de Francisco sobre todo en esa importancia que el Obispo de Roma da a los gestos. Vivió en absoluta pobreza, reía con una absoluta limpieza de corazón, tocaba y se dejaba tocar por los pobres… Gestos proféticos permanentes… y a veces alguna palabra profética.
Colaboró con ternura a poner en la senda del Concilio a todos aquellos curas mayores entregados al mundo rural. Verle tratar con ellos era una delicia. Sacerdotes de diferentes diócesis dicen que le deben no haberse secularizado, todos los que le hemos tratado nos sentimos “formados” en alguna medida por él.
¿Y qué cargos tenía? Ninguno. ¿Desde que plataformas influía? Ninguna. Atraía, seducía sin quererlo, como los grandes apóstoles, desde el entusiasmo. Era tan verdadera su vida interior que infundía un entusiasmo indescriptible. Creo que esta era la nota característica de Marcelino: el entusiasmo.